La herida de esperar lo que nunca llega
La herida de esperar lo que nunca llega
Cuando tu dependencia emocional te hace aguantar lo que no deberías… y seguir esperando.
A veces, lo mejor que puedes hacer por ti misma es dejar de tener esperanza.
No suena bonito. No es una frase de autoayuda. Pero es real. Porque hay esperas que no sanan: duelen. Y hay esperanzas que no motivan: te encadenan.
Durante años, muchas personas con un apego ansioso como el que yo misma he vivido se han contado la historia de que si dan más, si tienen más paciencia, si organizan más sorpresas, si se esfuerzan un poco más… entonces recibirán amor, atención o reciprocidad. Pero esa espera puede volverse una trampa. Un desgarro silencioso que se repite cada vez que el otro no aparece, no reacciona o simplemente… no recuerda.
Esperar lo que nunca llega es una herida emocional profunda. Porque lo que no se reconoce, se repite. duele más cada vez., y se normaliza.
En psicología lo conocemos bien: se trata de una mezcla de dependencia emocional, autoengaño, y en muchos casos, una vieja herida de infancia reactivada. Porque no esperas solo un gesto de tu pareja o un mensaje bonito. Estás esperando, en el fondo, que alguien te vea. Que te elija. Que te dé lo que siempre has necesitado y nunca te dieron como merecías.
Y eso es peligroso. Porque puede hacerte aguantar cosas que duelen. Incluso cuando sabes que te están doliendo.
“La persona con dependencia emocional no quiere ver la verdad. Quiere sostener la esperanza.”
– Walter Riso
Yo he estado ahí. He sido esa persona que se ilusiona con una fecha, que organiza sorpresas, que espera con nervios un gesto que nunca llega. Y también he sido esa mujer que disimula el llanto, que dice “no pasa nada” cuando por dentro se rompe, porque prefería romperse a perder esa relación.
Pero hay un punto en el camino en el que, por más que duela, toca ver la realidad sin maquillarla, enfrentarse a la verdad, sin idealizarla.: la dependencia emocional no es amor. Es una forma de dolor que se disfraza de entrega. Un abandono que empieza por dentro.
No eres tonta por ilusionarte. No eres débil por sentir. Lo que pasa es que has creído durante mucho tiempo que el amor era eso: esperarlo todo del otro, callarte lo tuyo, y seguir apostando aunque seas la única que juega.
Pero no. El amor sano no es así. No lo digo desde el resentimiento. Lo digo desde la claridad que llega cuando un día, después de muchos años repitiendo el mismo patrón, algo dentro de ti se quiebra… y ya no se recompone como antes.
He escrito este artículo porque ha vuelto a llegar una fecha que durante muchos años marqué en el calendario con ilusión. No por lo que sucedía, sino por lo que yo esperaba que sucediera. Una fecha significativa que año tras año me encontraba organizando, planificando y soñando sola… aunque no lo supiera entonces.
Durante 14 años compartí mi vida con una persona emocionalmente distante. Cada aniversario de boda era, para mí, una oportunidad de reconectar, de celebrar lo recorrido, de crear un recuerdo bonito juntos. Yo era quien lo organizaba todo: el restaurante, las fotos, el regalo, incluso un ramo de flores enviado por sorpresa a su trabajo. Me hacía ilusión preparar los detalles, pensar en su sonrisa, creer que tal vez este año sería diferente. Que por fin él también sentiría algo especial al respecto.
Me esforzaba. Me ilusionaba. Me ilusionaba sola.
Hasta que, un año, sucedió algo pequeño… pero revelador. Habíamos quedado en que celebraríamos ese día un fin de semana. Yo lo había organizado todo con cuidado. Había reservado un sitio precioso para comer, me preparé con detalle, incluso fui a la peluquería y a hacerme un tratamiento facial. Me acosté nerviosa la noche anterior, deseando que ese día fuera especial. Pero por la mañana, al levantarme, él no recordaba nada. Ni la fecha. Ni los planes. Ni la ilusión. Me dijo que ese día no podía, que le venía mal, que ya tenía otros compromisos previstos . Que lo celebrábamos otro día. Como si fuese un trámite que podía posponerse sin más.
Esa fue la gota que colmó un vaso que llevaba años llenándose.
No fue el olvido. Fue la indiferencia. Fue darme cuenta de que yo había mantenido viva una celebración que en realidad solo vivía en mi cabeza. De que mi esperanza no era esperanza, era apego. Dependencia emocional disfrazada de ilusión. Deseo de ser vista, querida, valorada… por alguien que nunca estuvo emocionalmente disponible para hacerlo.
Y fue en esa fecha, justo ese día, cuando lo entendí de verdad: que el problema no era él. Era yo esperando algo que nunca iba a llegar. Era yo repitiendo cada año el mismo guion, esperando un final distinto, como si el amor pudiera forzarse a base de detalles.
Ese día no solo anulé la comida y el pastel. También anulé mi esperanza.
Desde entonces, cada vez que se acerca esa fecha, no duele… pero me recuerda. Me recuerda quién era y quién ya no quiero volver a ser. Por eso escribo esto, por si tú también estás esperando algo que no llega. Por si sigues creyendo que, si haces más, si das más, si lo organizas mejor, si lo pones más fácil… tal vez entonces alguien reaccione. Pero el amor que se ruega no es amor. Es herida. Y la única manera de sanarla no es seguir esperando. Es despertar.
“No te aferres a quien no sabe cuidarte. El amor sin reciprocidad solo multiplica tu herida.”
– Silvia Congost
Hoy quiero decirlo claro, sin pena y sin culpa: mereces amor del que llega, no del que se posterga. Mereces que te elijan sin tener que recordarlo. Mereces descanso, no ansiedad. Paz, no espera.
Y si ahora mismo sientes esa opresión en el pecho, ese nudo que te impide respirar, ese llanto contenido que se desborda por dentro… no lo ignores. Tu cuerpo lo está gritando: algo no va bien.
Respira. Haz una pausa. Y cuida de ti como lo harías con alguien que amas de verdad.
¿Qué puedes hacer cuando te han roto así el corazón?
Aquí tienes algunas pautas terapéuticas para ayudarte a aliviar el dolor inmediato:
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Respira con conciencia. Inhala contando hasta 4, mantén el aire 2 segundos, y exhala en 6. Repite esto durante 3 minutos. Te ayudará a calmar el sistema nervioso.
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Ponle palabras a lo que sientes. Escribe lo que te está pasando. Aunque duela. Aunque no lo vayas a mostrar a nadie. Escribir sana.
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Rodéate de personas que sí te ven. Llama a una amiga, pide un abrazo, sal a caminar. El contacto humano seguro es medicina.
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No justifiques el abandono. No trates de entender por qué no estuvo. Reconoce que te dolió y que eso ya es suficiente para poner un límite.
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Haz algo por ti. Aunque sea pequeño: una ducha tranquila, una comida rica, un paseo sin prisa. Demuéstrate que tú no te vas a abandonar.
Y a largo plazo… ¿Cómo se sana una dependencia emocional?
Estas son algunas recomendaciones avaladas que funcionan si las aplicas con constancia:
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Terapia individual con enfoque en apego y trauma emocional.
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Lectura de libros especializados. (como “Mujeres que aman demasiado” de Robin Norwood, “Amar o depender” de Walter Riso, “Ya no sufro por amor” de Lucía Etxebarría, “Te mereces un amor bonito” de Silvia Congost y “Attached” de Amir Levine y Rachel Heller ).
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Ejercicios de reparenting. Aprender a darte a ti lo que no recibiste.
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Mindfulness o técnicas de regulación emocional. (EFT, respiración diafragmática, visualización guiada).
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Crear un plan de vida que no gire en torno a una sola relación. Hobbies, metas, amistades, espacios propios. Hoy, quizás, no puedas cambiar lo que ha pasado. Pero sí puedes elegir qué haces con ese dolor.
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Gracias por leerme hasta aquí.
Y recuerda: no estás sola porque te tienes a ti. Y eso es un comienzo poderoso.
Con cariño,
Eli RicoMujer altamente sensible.
Mentora emocional, terapeuta MindJung y autora de sanación interior.
Creadora de Auténtica Emoción.
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